Lo que no decimos al talento: hacia una comunicación con alma en la era de la IA 

La conversación que nunca tuvimos 

Era martes por la mañana. El correo electrónico llegó sin signos de alarma, sin letras mayúsculas ni signos de exclamación. Solo un asunto escueto: “Gracias”. El mensaje, de apenas tres líneas, contenía lo esencial: “He decidido cerrar mi ciclo en la empresa. Agradezco las oportunidades, pero necesito estar en un lugar donde se escuche más que se ordene”. Firmaba Laura, una colaboradora de siete años en la organización, responsable de uno de los proyectos más estratégicos del año. 

No se fue por salario. No se fue por una oferta mejor. Se fue porque no se sintió escuchada. Y no es un caso aislado. 

En este nuevo entorno laboral, donde la inteligencia artificial escribe mensajes, filtra currículums y agenda reuniones, hemos olvidado algo esencial: la comunicación no es solo transmisión de datos; es el puente entre el sentido y la acción. Es la conversación pendiente que muchas empresas aún no se atreven a tener con su gente. 

Este artículo no es un manual de tendencias ni una guía paso a paso. Es más bien una interpelación. Un alto en el camino para preguntarnos: ¿qué hemos dejado de decirle a nuestro talento? ¿Qué estamos comunicando —o dejando de comunicar— en esta era de hiperconectividad e hipervelocidad? 

Porque no basta con tener canales digitales si no hay diálogo real. No es suficiente automatizar procesos si los líderes no saben mirar a los ojos. Podemos tener dashboards que midan el engagement, pero no hay KPI que capture el momento exacto en que una persona deja de creer en la historia que la organización cuenta. 

La revolución de Capital Humano en 2025 no se juega solo en los avances tecnológicos ni en la adopción de IA. Se juega en la recuperación de una verdad simple y poderosa: las empresas existen porque alguien decide quedarse. 

Hoy más que nunca, la comunicación es un acto de liderazgo. Y liderar no es decirle a la gente qué hacer. Es construir, palabra a palabra, el lugar donde quieran estar. 

La comunicación como brújula en un mundo fragmentado 

 Las certezas de ayer se han vuelto preguntas, los organigramas rígidos mutan en redes interdependientes, y las jerarquías que dictaban el flujo de información ahora se ven interpeladas por una generación que no pide permiso para expresar lo que siente. 

En este contexto líquido, donde el trabajo se hace desde múltiples lugares y en múltiples tiempos, la comunicación organizacional ha dejado de ser una función más del departamento de Recursos Humanos. Se ha convertido en la brújula que orienta a las personas en medio del ruido, el vértigo y la sobreinformación. 

La comunicación es ahora el tejido invisible que sostiene la cultura, la confianza y el propósito. Ya no se trata de emitir mensajes corporativos bien redactados. Se trata de construir significados compartidos. De generar sentido en entornos donde abundan los datos, pero escasea la conexión emocional. 

Y para lograrlo, necesitamos mirar la comunicación desde una perspectiva más profunda. No como una lista de herramientas o canales, sino como un ecosistema compuesto por distintas capas de impacto

  • La capa emocional, donde se juegan los vínculos, la empatía y el reconocimiento. 
  • La capa cognitiva, donde se configuran los aprendizajes, las preguntas y las comprensiones. 
  • La capa estructural, donde se diseña el acceso, los flujos y los espacios para conversar. 
  • La capa ética, donde se define el uso justo y transparente de la información. 
  • Y la capa simbólica, donde se narran los valores, se construyen los rituales y se alimenta el sentido de pertenencia. 

Cada una de estas capas actúa de forma simultánea y entrelazada. No basta con invertir en herramientas digitales si no se invierte en formar líderes capaces de sostener conversaciones difíciles.  

Por eso, en 2025, las empresas que comunican con consciencia no son las que más hablan, sino las que mejor escuchan. Las que comprenden que comunicar es mucho más que informar: es diseñar realidades compartidas, es habilitar procesos de transformación, es acompañar al talento en sus búsquedas más profundas. 

En un mundo fragmentado, comunicar con humanidad es el acto más estratégico que una organización puede ejercer. 

1. Capa emocional: Liderar desde la vulnerabilidad 

Durante años confundimos liderazgo con fortaleza. Nos acostumbramos a ver al líder como quien tiene todas las respuestas, nunca duda, nunca se quiebra. Pero esa narrativa no solo es falsa, es peligrosa. Porque en la práctica, lo que más distancia a un líder de su equipo no es su falta de conocimiento técnico, sino su falta de humanidad. 

En 2025, liderar personas exige algo que no se enseña en un MBA: vulnerabilidad auténtica. Y con ello, una disposición a comunicarse desde lo humano, no solo desde lo funcional. 

Los datos lo confirman:  de acuerdo a un estudio de Deloitte, un 36% de los gerentes en México se sienten poco preparados para liderar personas y un 40% reporta afectaciones en su salud mental al asumir esos roles. No se trata de cifras frías, sino de una señal clara de que hemos sostenido estructuras que ignoran el peso emocional del liderazgo. 

La buena noticia es que la tecnología, lejos de ser amenaza, puede convertirse en aliada. La automatización de tareas repetitivas abre espacio para que el gerente tenga más tiempo para conversar, reconocer, contener. Para mirar a su equipo y preguntarse no solo qué resultados entrega, sino cómo se siente haciéndolo. 

Liderar desde la vulnerabilidad no implica debilidad, sino coraje. El coraje de decir: “no sé”, “me equivoqué”, “esto me supera”, “necesito ayuda”. Ese tipo de mensajes no erosionan la autoridad; la dignifican. Porque cuando un líder se muestra humano, habilita al equipo a hacer lo mismo. 

Las habilidades de comunicación, empatía y escucha —antes catalogadas como “blandas”— hoy son las más duras de construir. Y son las que más determinan la permanencia o salida del talento. Las personas no abandonan empresas: abandonan relaciones que se volvieron frías, mecánicas, insostenibles. 

Por eso, la capa emocional de la comunicación no es un “extra”. Es la base. Sin ella, cualquier estrategia de engagement se vuelve un simulacro. Con ella, incluso las noticias difíciles encuentran formas de ser acogidas con comprensión. 

Una organización que lidera desde la vulnerabilidad se convierte en un lugar donde las personas no tienen que fingir que están bien para pertenecer. Y eso, en el mundo actual, es revolucionario. 

2. Capa cognitiva: Aprender a desaprender 

Hay un momento silencioso, casi imperceptible, en el que las organizaciones dejan de aprender. No porque les falte información, sino porque acumulan certezas. Creen que ya saben cómo funciona su gente, qué motiva al talento, qué canal es más efectivo. Y en ese instante, la comunicación empieza a estancarse. 

En 2025, el verdadero reto no es acceder al conocimiento —eso está a un clic de distancia—, sino renunciar a lo obsoleto para abrir espacio a nuevas formas de comprender. Esto exige una capacidad rara: desaprender. 

Desaprender viejos esquemas donde la comunicación era unidireccional y jerárquica. Desaprender el impulso de controlar cada mensaje desde la dirección general. Desaprender la idea de que el silencio del empleado equivale a acuerdo. 

Esta capa cognitiva de la comunicación organizacional se relaciona con el tipo de conversaciones que la empresa está dispuesta a sostener consigo misma. ¿Es capaz de cuestionar sus propios rituales? ¿Puede reconocer cuándo una práctica dejó de funcionar, aunque alguna vez fue útil? 

Aquí, la inteligencia artificial juega un papel crucial. Pero no como reemplazo, sino como potenciador del entendimiento. Herramientas de IA permiten hoy analizar en tiempo real el clima emocional de una organización, identificar patrones de desconexión o descubrir brechas entre lo que se dice y lo que se percibe. Pero esas herramientas requieren una mente abierta, una cultura donde el dato no sea un castigo, sino una brújula. 

Por ejemplo, si una encuesta interna muestra descontento frente a la carga laboral, la respuesta no puede ser solo un comunicado motivacional. Requiere un ejercicio de escucha activa y acción concreta. La inteligencia colectiva no florece donde se castiga la disonancia

Aprender en esta era no es solo acumular cursos en línea o webinars grabados. Es diseñar entornos donde la comunicación sea un aprendizaje en sí misma: iterativa, transparente, adaptativa

Porque si el conocimiento es poder, el desaprendizaje es libertad. Y en ese proceso, la comunicación deja de ser una función operativa y se convierte en un arte estratégico. 

3. Capa estructural: Rediseñar lo invisible 

Hay una arquitectura invisible que sostiene todo lo que ocurre dentro de una organización. No está en los planos del edificio ni en los organigramas. Está en los flujos de comunicación, en los silencios institucionalizados, en los espacios que habilitan o limitan la conversación real. 

En 2025, rediseñar la comunicación organizacional implica intervenir esa capa estructural. Y hacerlo con intención. Ya no basta con tener una intranet o enviar boletines. Se requiere pensar la comunicación como un ecosistema distribuido, donde cada persona tenga acceso, voz y claridad. 

Muchas organizaciones han comenzado este proceso: desde apps móviles que permiten a operarios recibir noticias en tiempo real, hasta plataformas colaborativas que conectan a equipos de distintas ciudades o países. Pero más allá del formato, lo importante es la filosofía detrás: acercar lo que estaba lejos, hacer visible lo que era exclusivo

Un caso ejemplar es Coca-Cola FEMSA, que logró más de 200,000 interacciones mensuales entre sus empleados usando Teams. No fue solo una inversión tecnológica, fue una decisión estructural: eliminar barreras jerárquicas y geográficas a través de la comunicación digital. 

Otro aspecto clave de esta capa es la omnipresencia comunicacional sin saturación. En otras palabras: estar en todos lados, sin invadir. Lograrlo requiere diseñar flujos de mensajes adaptados a la realidad del colaborador: no es lo mismo comunicar a quien está en oficina, que a quien trabaja en campo, remoto o en tienda. 

Finalmente, rediseñar lo invisible es también replantear los espacios simbólicos. La estructura no son solo canales; son también normas, ritmos y acuerdos implícitos que definen si una organización comunica o solo transmite. 

En tiempos donde todo se transforma a gran velocidad, las organizaciones que revisan sus fundamentos comunicacionales no solo se adaptan: se vuelven más humanas, más ágiles y más verdaderas

4. Capa ética: Tecnología con alma o herramientas sin rostro 

Cada avance tecnológico trae consigo una pregunta que rara vez se formula en voz alta: ¿para qué estamos usando esto? 

La inteligencia artificial se ha vuelto una aliada poderosa para las áreas de Capital Humano. Desde chatbots que resuelven dudas sobre nómina hasta sistemas que predicen la rotación de talento. Pero más allá de su funcionalidad, cada herramienta lleva implícito un mensaje. Y ese mensaje puede ser empoderador o amenazante. 

En 2025, la comunicación organizacional se enfrenta a una disyuntiva profunda: usar la tecnología para conectar o para controlar. Para dignificar la experiencia del colaborador o para estandarizarlo todo hasta borrar lo humano. 

Aquí entra en juego la capa ética de la comunicación, ese territorio donde la transparencia ya no es un gesto, sino una exigencia. Porque cada algoritmo que se implementa sin explicar, cada política automatizada sin contexto, erosiona la confianza. Y sin confianza, no hay comunicación que funcione. 

Un ejemplo inspirador es el caso de Grupo Bimbo, que implementó un copiloto de IA para responder preguntas de sus 145 mil empleados en múltiples idiomas. La diferencia estuvo en cómo lo comunicaron: no como una sustitución, sino como una herramienta de empoderamiento. “Esta IA no viene a reemplazar a nadie”, dijeron, “viene a acercarte a las respuestas que necesitas, cuando las necesitas”. 

Esa claridad en la intención transforma la percepción. El colaborador no siente que lo vigilan, siente que lo acompañan. 

Pero no todas las organizaciones están haciendo este esfuerzo. Muchas lanzan herramientas sin contexto, sin entrenamiento, sin conversación previa. Y luego se sorprenden cuando los empleados las rechazan o las usan con desconfianza. 

La ética comunicacional implica asumir que cada implementación tecnológica requiere un relato que la justifique, una escucha que la acompañe y un compromiso que la sostenga. No se trata de idealizar la IA, pero tampoco de temerle. Se trata de integrarla con propósito y respeto. 

Y sobre todo, es recordar que la tecnología puede escalar soluciones, pero solo la comunicación honesta escala la confianza. 

5. Capa simbólica: Los relatos que construyen pertenencia 

Las organizaciones no se construyen solo con procesos. Se construyen con relatos. 

Relatos que circulan por los pasillos, por los chats, por los silencios. Relatos sobre quiénes somos, qué valoramos, qué reconocemos, qué toleramos. Y esos relatos —más que cualquier manual o visión corporativa— son los que definen el verdadero ADN cultural de una empresa. 

En 2025, en medio de la digitalización acelerada y la automatización generalizada, los símbolos adquieren un nuevo protagonismo. La gente ya no busca solo estabilidad o salario. Busca sentido. Busca narrativas que expliquen por qué vale la pena quedarse. Y ahí es donde la comunicación simbólica se vuelve vital. 

Un video corto donde una líder comparte su historia personal de crecimiento puede tener más impacto que un comunicado anual de valores. Un post espontáneo de un operario en TikTok celebrando su primer día como supervisor puede fortalecer más la cultura que cualquier eslogan corporativo. 

Por eso, las empresas que entienden esta capa no solo “gestionan marca empleadora”. Lo que hacen es contar historias verdaderas. Historias con imperfecciones, con voz propia, con emoción real. Y lo hacen dando voz a quienes antes no la tenían. 

Mercado Libre, por ejemplo, ha convertido su red social interna en un espacio donde cualquier empleado puede postear ideas o logros, y donde el CEO reacciona y comenta. Ese gesto simbólico —el de un jefe que no solo dirige, sino que también escucha públicamente— redefine la jerarquía desde el relato. 

Cuando una empresa comunica desde lo simbólico, no está vendiendo una imagen. Está alimentando una identidad compartida. Está diciendo, sin decirlo: “Aquí perteneces. Aquí tu historia importa”. 

En un mundo donde el algoritmo decide qué ver, qué leer y hasta qué comprar, el mayor acto de libertad comunicacional es elegir qué historia queremos contar como organización. Y más aún: permitir que esa historia se escriba entre todos. 

Entrelazando mundos: Cuando RH se convierte en filosofía aplicada 

Hay un momento en que Recursos Humanos deja de ser un área funcional y se convierte en una forma de pensamiento. En ese punto, la gestión del talento trasciende los formatos, las métricas y los planes de carrera, para convertirse en una filosofía organizacional viva, que conecta lo técnico con lo humano, lo inmediato con lo trascendente. 

Esa transformación no es teórica. Se ve en las decisiones cotidianas: en cómo se comunica un cambio, en cómo se acompaña un duelo, en cómo se celebra un logro. Es en esos detalles donde RH actúa como filosofía aplicada: una ética del cuidado, una estética de la relación y una política del reconocimiento. 

Y lo más poderoso de esa filosofía es su capacidad de entrelazar mundos

Entrelazar el mundo del trabajo con el mundo interior del colaborador. El mundo del dato con el de la intuición. El de la estrategia con el del propósito. Y hacerlo no desde la imposición, sino desde la conversación, desde el vínculo, desde el diseño consciente de la experiencia humana. 

Los casos que he mencionado a lo largo del texto no son solo ejemplos de innovación tecnológica. Son expresiones de una nueva sensibilidad organizacional. Bimbo no implementó IA para reducir personal, sino para democratizar el acceso a la información. Mercado Libre no creó una red social interna por moda, sino para cultivar una voz colectiva

En todos estos casos, RH dejó de preguntar “¿qué herramientas usamos?” y empezó a preguntar “¿qué experiencia queremos provocar?” 

Y esa es una pregunta profundamente filosófica. Porque no se trata solo de gestionar talento, sino de honrar al ser humano que habita el rol, al individuo que trabaja, siente, teme, se ilusiona y busca sentido en medio de la jornada. 

Cuando RH se vuelve filosofía aplicada, deja de medir solo indicadores de clima y empieza a escuchar las metáforas con las que su gente narra su experiencia laboral. Empieza a cuidar las palabras, los tiempos, los silencios. Empieza a preguntarse no solo qué tan productiva es una persona, sino qué tan vista se siente. 

Y ahí, en esa intersección entre eficiencia y empatía, es donde nace la verdadera transformación organizacional. 

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